Eso es ficción, es literatura – Milenio

Durante el desayuno extendimos la discusión iniciada la noche anterior. Retomamos el alegato con una pregunta extraña: “¿Es ético que los indígenas intercambien a sus hijas por burros, mezcal o sacos de maíz y frijol?” –una variante de esta pregunta es: “que las vendan por…”–.
Contesté con una ambigüedad para estirar la conversación, y evitar responder con un monosílabo que generara más escozor que la costumbre en cuestión: “Esa es una práctica cultural que estudian la antropología o la sociología; la ética se encarga de analizar otras cosas”.
Como era de esperar, mis amigotes no me defraudaron. “Sin rollo, no eches rollo, ¿es o no es ético aceptar que tu hija se case con un güey que le dobla o triplica la edad?”. Llegado este punto, dije: “Contesto si me dan chanza de responder con algo que leí en El país de las sombras largas”, de Hans Ruesch.
La trama recoge la vida de los esquimales que poblaban las aldeas del ártico. Algunas de las costumbres ahí narradas, vistas a la luz de nuestra lógica moral son, por decir lo menos, inaceptables. Por ejemplo, cuando una anciana sabe que ya es una carga para su familia, discretamente se aleja de la aldea y se sienta en soledad a esperar la muerte. Nadie la detiene, ni intenta regresarla a casa. Un caso aún más grave lo enfrentan las niñas recién nacidas; si en la aldea no hay un niño con el cual emparentarla, su madre o abuela la sacan del iglú. El resto es predecible. Un final así de grave enfrenta un esquimal que era perseguido por una manada de lobos; para evitar ser alcanzado arroja del trineo cualquier cosa que le reste velocidad, incluidos sus hijos.
Concluidas las historias, con tono incrédulo, uno de mis amigotes rechistó: “Bueno, pero eso es ficción, es literatura –sí es literatura, pero no exactamente de ficción, contesté–. Aquí te va un caso de verdad. Qué harías si viajas con tu familia por carretera y te hace la parada un retén del narco, ¿te detienes o le sigues?”.
Aún sigo dándole vueltas a la pregunta. Sigo sin saber qué hacer. Lo que sé es que, sin ser literatura, el desenlace podría ser más tétrico que las prácticas culturales narradas en 1950 por Hans Ruesch en El país de las sombras largas.